"..porque nadie crea en ello, no deja de ser verdad."

15/12/14

Tierras Lejanas


I

Y así los Anuk preparan sobre el altar los corazones calientes de las cebollas en medio del pajonal oscuro y encenizado. Se colocan en las puntas las casas de caracol, que van marcando las largas marchas marinas que conducen al horizonte, donde aguarda un sol muerto y caliente. Las luciérnagas proceden su danza vertiginosa alrededor de cuñas, y rápidamente encienden su cabellera de reminiscencia prehistórica. Es entonces donde, entreverado, el talismán nacido invoca momentáneamente a la suerte; hasta que ésta encuentra un hogar más próximo a la primera nieve de montaña.
Porque así, alejándose del sol, es que los Anuk le encuentran más sentido a la nostalgia de luz.


II


Los Anuk no tienen más que nombres ajenos: para referirse a sí mismos se tienen que relacionar con otro. Se llaman Ai cuando se hablan desde su hermano mayor; Kyza desde el reflejo de los ojos de sus madres. Sus vacíos generan algún apoyo extraño entre sus costras. Quizás por eso es que nadie entienda que los grandes animales de apariencia caprina sean también parte de su anatomía fija, como patas-puentes de las cadenas montañosas. Sin las cabras y las montañas no son más que abismos galácticos. Es tanto lo que nunca entenderemos:  las montañas profundas y profanas que crean mar ; que consideren un pozo a nuestras llanuras oliváceas; y que al final del día sean los sueños los que los arropan de la vigilia.



III



El primer Anuk que conocí me tocó me convidó lentamente una lagaña de alas crujientes. En ese entonces no entendí, pero quería con los pedazos restaurar los huecos en mi cuerpo para que pudiera volar también. Sus manías de tejer los huecos y hacer de todo una inmensa telaraña me sigue pareciendo un infantil intento de materializar la ausencia, pero dejé que me entregara ese hilo polvoriento. Luego de varias noches me fui dando cuenta que mientras estaba sentando escribiendo, el hilo evadía infinidecimalmente mi bolso viajero y se iba subiendo por mi espalda desnuda, anidando en los lunares. Poco a poco fue tatuándose en mi piel como un mapamundi y de repente ya no supe cómo había vivido tantos años sin alas que me sostuvieran.


IV

Cuando se acerca el invierno en las tierras bajas, los Anuk descienden a ese territorio que consideran caliente y desinflado para recoger algunos caracoles marinos en las playas. Se sabe que en realidad compartieron alguna ascendencia secreta y obscura con las medusas. Aquellas nostálgicas de la tragedia se refugiaron en las altas cadenas montañosas que los Anuk reclaman como mar violáceo: querían amar el calor en las lanas del frio. Las medusas que se envalentaron a reverenciar al sol del horizonte, fueron escalando como mudras, elevándose al cielo. Le crearon un burka estrellado a la cabellera del sol y de vez en cuando tocan con puntas de estrellas su pie flameante. Los Anuk bajan a recoger los caracoles para recordar su infancia uterina.


V



Ellos abrazan una impresionante aflicción por volar. Más que al acto mismo, nombran con este verbo las escaladas entre penínsulas rocosas que realizan por medio de equilibrismo sobre lanas confeccionadas. Las aves y los insectos danzan; pero ellos vuelan entre lanas y picos violetas. Quizás tenga que ver con el afán por nombrar al deseo no como potencia, sino desde el acto mismo. Al principio sentía pena, pero luego me percaté. Y quizás no lo sepan porque en general se duermen en un movimiento colectivo arrollador, incapaces por nunca de imaginarse en esas poses. Pero mientras lo hacen, una segunda ola capilar se expande por debajo de sus nucas, como algas tímidas, soplando imperceptiblemente en el aire, despegándolos suavemente del piso por unos centímetros. Creía ver un trasfondo arqueológico en la cuestión; pero a veces cometo el pecado de desestimar las ganas del futuro por realizarse.

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Nietzsche

Pero no fue el sufrimiento mismo su problema,
sino la ausencia de respuestas
al grito de la pregunta:


¿PARA QUÉ SUFRIR?

Mis oídos

Si me atrevo a mirar y a decir...