sin salvaguardar aunque sea una parte de mi fotografía en algún otro lugar oscuro, donde no pudieras tocarme nunca. Ahora que ya estoy expandida sobre la almohada, mapa abierto en cuatro direcciones interiores,
me queda esperar solo una suave anestesia, que no será jamás suave, que no me dejará olvidarme, así como anfibio que deposita huevos y se marchan sin volver a verlos nunca más. De qué me servirán ahora los talismanes; el desconocimiento de lo cotidiano; los rompecabezas que nunca supimos construir ni destruir; lo complejo de vivir colgado en el balcón esperando palomas mensajeras, que ayuden descifrar lo que ya se ha perdido.
Cuando estoy por pegar la vuelta me miro al espejo, ermitaña solitaria en mi piel, y me doy cuenta de que ya es demasiado tarde. Ya no quisiera emprender el camino fuera de la encrucijada.
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