Esta vez tiene la forma negra y peluda de una imagen en en el espejo, la mía.
-¿Cómo pudiste cambiar tanto?
me pregunta con vehemencia, aunque el muy cobarde sostenga frente a su cara, ocultándose, el espejo que distorsiona (creo yo) el rostro mío.
-¿Quién soy ahí?
pregunto, incrédula, lentamente sintiéndome fastidiada por las constantes bromas humilladoras a las cuales me somete este viejo amigo. Miro un poco, el borde de mis orejas están suavemente mordisqueados, mi boca yace inerte como una gran herida abierta, torcida en la mitad de mi cara, los labios violetas en donde se cuelgan gusanos amarillos. Donde debiera tener mis rulos decisivos, se ancla una escalera hacia lo más oscuro de un cielo sin estrellas y sin esperanzas. Me envuelven remolinos oscuros y llenos de mugre, pero que no se mueven: Todo está estático- mejor dicho, no está.
-La misma de siempre. Siempre la fuiste pero no te dabas cuenta. Sos una mentira.
me dice el lobo escondido detrás del espejo; insinúo su cruel sonrisa de aliento fétido y cómo éste se estará chocando contra la espalda cascarada del espejo.
Yo sé que no es cierto. Yo trato de construirme todos los días frente a un espejo, y sé que no es así. Pero de qué me sirve? Si ahí está, inmóvil, mi otra cara, la del espejo que todos ven, que todos sienten, que es mas yo mi propio cuerpo y su expresión.
De qué me sirve esta certeza? Si ellos están viendo a través de él, si el mundo entero es y se mira en su propio reflejo.
¿Qué han hecho los otros de mí? Pero no importa. Porque yo termino siendo una cara distorsionada habitada por gusanos, la imagen se me impregna poco a poco en la piel, hasta ahogarme en su nauseabundo olor a existencia comprada. La figura sale del espejo al mejor estilo dorian grey pero en cámara lenta, y yo dejo que se incline suavemente hacia mí, engullendome por completo. Si total la lucha tiene un premio demasiado solitario.
-Sí, soy yo.